El Liverpool gana la final de la FA Cup tras vencer al Chelsea en una angustiosa tanda de penaltis
A pesar de todas sus cualidades -el intenso pressing, la solidez defensiva, los ataques relámpago-, quizá lo mejor sea la sensación de dramatismo en ocasiones como ésta.
Al igual que en la final de la Copa de la Liga, a principios de este año en Wembley, los hombres de Jürgen Klopp necesitaron los penaltis para derrotar al Chelsea y alzarse con el título en el mismo estadio.
Por improbable que sea que los Reds se conviertan en el primer equipo inglés en ganar las tres competiciones domésticas y la Copa de Europa, el cuádruple sigue siendo posible gracias a esta victoria en la FA Cup.
Dos trofeos en las vitrinas esta temporada, espacio guardado para dos más. Por eso sueñan los seguidores del Liverpool. Todavía se puede hacer historia.
Los 120 minutos sin goles desmintieron la calidad del partido. Se crearon ocasiones, se sacudieron los postes, pero quizás fuera apropiado que en el 150º aniversario de la competición de copa más antigua del fútbol, la final se decidiera de la forma más teatral.
El Chelsea falló su segundo penalti (César Azplicueta), el Liverpool el quinto (Sadio Mané). Hubo una sensación de déjà vu, ya que los 10 primeros penaltis no pudieron decidir el resultado y el partido se fue a la muerte súbita: la final de la Copa de la Liga terminó 11-10 en los penaltis y los porteros tuvieron que dar un paso al frente.
Sin embargo, esta vez se necesitaron menos penales, ya que Alisson Becker detuvo el lanzamiento de Mason Mount, lo que dio a Kostas Tsimikas la oportunidad de convertirse en el improbable héroe.
El internacional griego no es titular habitual en el Liverpool, pero marcó con frialdad y desató la alegría de los de rojo.
Los jugadores del Liverpool arroparon a Tsimikas, el entrenador, Jürgen Klopp, corrió hacia sus hombres y los aficionados encendieron bengalas para saturar el aire de rojo.
El himno del club, "You'll Never Walk Alone", resonó por todo el estadio mientras los seguidores del Liverpool daban una serenata a un equipo que les ha dado su primera victoria en la Copa de Inglaterra en Wembley en 30 años.
Sin embargo, las celebraciones tendrán que ser efímeras, ya que hay otros retos en el horizonte: una final de la Liga de Campeones a finales de mes, y dos partidos de la Premier League en los que intentar remontar los tres puntos de ventaja del Manchester City al frente de la liga.
Muchas oportunidades
Incluso una ocasión tan tradicional como ésta -una banda de música antes del saque inicial, la realeza presentando el trofeo- reconoce los acontecimientos mundiales.
Como en muchas grandes ocasiones deportivas, hubo declaraciones políticas. Primero, los hinchas del Liverpool abuchearon el himno nacional inglés; después, los capitanes y los directivos se colocaron junto a la bandera ucraniana, que lucía las palabras "PAZ" en letras mayúsculas negras; y, justo antes de que diera comienzo la más antigua de las competiciones, los jugadores se arrodillaron.
Apenas habían transcurrido unos minutos cuando el Liverpool dispuso de su primera ocasión. A decir verdad, los hombres de rojo deberían haber marcado al menos un gol, tal fue su dominio en los primeros 15 minutos, pero Thiago, el sobresaliente Luis Díaz, Mo Salah y Mané flojearon ante la portería.
Aunque el Chelsea jugó en segundo plano durante la mayor parte de la primera parte, podría decirse que los londinenses tuvieron la mejor ocasión de ese periodo, y sólo una parada de clase mundial de Alisson -una zambullida por bajo a los pies de Marcos Alonso- les impidió adelantarse.
La temprana salida por lesión de Salah, máximo goleador del Liverpool esta temporada, aumentó la sensación de ansiedad del Liverpool a medida que avanzaba el periodo, pero, incluso sin el egipcio, los Reds fueron capaces de reafirmar su dominio antes del descanso.
De hecho, el sustituto de Salah, Diogo Jota, debería haber adelantado a los hombres de Klopp justo antes del descanso.
Al igual que el Liverpool en la primera parte, el Chelsea tuvo un comienzo brillante en la segunda. Una vez más, Alonso no pudo marcar, esta vez por culpa del larguero, ya que su amenazador lanzamiento de falta se estrelló en la madera.
Dos de los mejores equipos del fútbol inglés se veían las caras y las ocasiones se sucedían: Jota, Díaz y Andy Robertson para el Liverpool; Christian Pulisic (dos veces) para el Chelsea.
Fue emocionante. Fue entretenido. Fue un ambiente brillante, con ambos grupos de aficionados subiendo los decibelios en una hermosa tarde de verano londinense.
Sólo faltaba el gol. Pasaban los minutos, entraban los suplentes, los errores se colaban en el juego de las piernas cansadas, pero nadie conseguía ver puerta.
Díaz miró al cielo cuando el impresionante Edouard Mendy detuvo otra ocasión suya, ésta en el minuto 82, y su gesto reflejó los sentimientos de todos los aficionados que lo veían: ¿alguna vez se batirá a alguno de los dos porteros?
Robertson remató al poste a falta de siete minutos, y Díaz volvió a apuntar. Pero cuando sonó el pitido final, el partido -a pesar de todas las ocasiones, a pesar de todo el espectáculo- seguía 0-0.
Inevitablemente, la energía decayó en la prórroga y se crearon pocas ocasiones, mientras los penales asomaban en el horizonte.
Una vez más, el Chelsea, aún bajo las sanciones del gobierno británico, sufrió la más cruel de las derrotas, convirtiéndose en el primer equipo que pierde tres finales consecutivas de la Copa de Inglaterra.
"Estamos tristes, pero al mismo tiempo orgullosos, porque lo hemos dejado todo en el campo", declaró el entrenador Thomas Tuchel tras el partido.
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Fuente: edition.cnn.com