Por qué todo el mundo cree que su ciudad es la mejor: el apego a un lugar
"Hamburgo es un lugar muy aislado", afirma. "Si no hablas alemán con fluidez, puede ser muy difícil, y no es un entorno de apoyo para los que están aprendiendo". Ruthnum luchó por encontrar su lugar en este nuevo entorno, en una cultura que, según ella, parecía imposible de penetrar.
Era muy diferente de su educación en Norfolk (Inglaterra), una región que dice adorar.
A pesar de su cariño por Norfolk, Ruthnum dejó Inglaterra para estar con su pareja, que era de Hamburgo, y cuando le habló de sus problemas en este nuevo lugar, él también los reconoció. Y Ruthnum dijo que conoció a muchos otros expatriados que estaban de acuerdo.
Desde su punto de vista, los habitantes de Hamburgo no querían saber nada de los forasteros.
Lo que Ruthnum experimentó fue un concepto llamado "apego al lugar", que apunta a las complicadas relaciones que la gente tiene con el lugar donde vive.
Los lugares en los que crecen las personas conforman quiénes son, por lo que resulta difícil enfrentarse a una nueva identidad cuando se trasladan. Gran parte de la forma en que las personas entienden el mundo y encajan en él proviene también de estos lugares.
Identidad personal y geografía
En pocas palabras, la identidad personal y la ubicación geográfica están inextricablemente unidas. "Dónde crecemos puede ser una cuestión de elección o de azar, pero dónde vivimos está muy ligado a nuestra identidad", afirma la Dra. Zamira Castro, psicóloga afincada en Florida.
El lugar puede ser tan importante para la identidad de una persona como cualquier otra cosa -su profesión, religión, relaciones- y esto crea un profundo apego a la propia ciudad.
"El apego a un lugar es la idea de que la gente se apega a los lugares de la misma manera que se apega a las personas", explica Krista Paulsen, investigadora y profesora asociada de sociología urbana en la Universidad Estatal de Boise. "Esos apegos se convierten en partes importantes de cómo organizamos nuestras vidas".
El geógrafo Yi-Fu Tuan, investigador pionero en el apego al lugar, ha dicho que el concepto va más allá del comportamiento territorial primitivo, escribiendo que la gente "responde al espacio y al lugar de formas complicadas que son inconcebibles en el mundo animal".
Al igual que el apego a una persona, el apego al lugar puede conducir tanto a comportamientos buenos como malos. Explica por qué la gente se toma como algo personal que sus vecinos se muden en masa. Cuando la gente vive en una ciudad popular, el apego a un lugar puede hacer que se sienta orgullosa de ello. Por otro lado, también puede generar resentimiento hacia los turistas y los forasteros.
Por eso, durante la pandemia, algunas personas se preguntaron si Nueva York estaba muerta, mientras que otras salieron en su defensa, a pesar de la caída en picado del turismo, la cancelación de eventos y los cierres.
El apego al lugar también explica por qué la gente se resiste a mudarse a las afueras o incluso a otro barrio de su ciudad. También explica la nostalgia.
"No supe hasta qué punto Nueva York formaba parte de mí hasta que me fui", dice Gina Rattan, una directora que se trasladó a Maine tras el cierre de Broadway en marzo. "Mi conexión con Nueva York estaba profundamente ligada a mi propia independencia", dijo.
Rattan, que entonces estaba embarazada de siete meses, dejó la ciudad por motivos de salud, pero le ha resultado difícil adaptarse a otro lugar. El apego a un lugar y la identidad con un lugar hacen que la gente se aflija por las ciudades que ha dejado atrás, porque se siente como si perdiera una parte de sí misma.
"Esperamos que los lugares donde vivimos sigan ahí", dice Paulsen. "Es como si siguieran estando ahí para nosotros en nuestras mentes, y esperamos que sigan estando ahí para nosotros en la realidad".
Proteger a las comunidades
Parte de este apego tiene que ver con el aspecto social de vivir dentro de una comunidad, señala Castro. "Quieres proteger a tu grupo de amenazas externas. Te pones a la defensiva cuando sientes que tu grupo está siendo atacado", explica. "Mucho de eso es evolutivo, pero también influyen preocupaciones modernas, como la política y los valores".
Estas marcas de un lugar -política, valores, comida, historia, monumentos- se convierten en símbolos significativos de la propia identidad de una persona cuando vive en ese lugar. "La gente elige determinados barrios porque cree que reflejan su identidad o porque es una identidad a la que aspiran", afirma Paulsen.
Los problemas surgen cuando el apego a un lugar llega al extremo del espectro. Según Paulsen, el apego a las ciudades y los barrios puede hacer que la gente vea a los recién llegados como una amenaza: no quieren que cambien los lugares que conocen y aman.
Esto es lo que experimentó Ruthnum como expatriado multirracial que vivía en Alemania. "Hamburgo en particular me resultó muy antipática y poco acogedora", afirma.
Aunque la xenofobia es diferente de estar apegado (u orgulloso) del lugar en el que vives, llevado al extremo, el apego al lugar a menudo hace aflorar comportamientos xenófobos y racistas. "Hubo varias ocasiones en las que me llamaban con insultos racistas o me amenazaban en alemán", dijo Ruthnum.
Turistas desaparecidos
El apego a un lugar también explica por qué visitar un destino nunca será lo mismo que vivir en él.
Como cualquier vínculo emocional complejo, lleva tiempo encariñarse con un lugar, por lo que visitar una ciudad siempre conllevará cierto grado de limitación. "Y en cierto modo eso está bien", afirma Paulsen. "Pero significa que la experiencia del turista va a ser muy distinta de la del residente, o incluso de la del visitante que se aloja en casa de familiares o amigos más vinculados a ese lugar".
La investigación de Paulsen ha descubierto que, dado que la gente se siente tan unida a sus ciudades y barrios, ver cómo cambian esos lugares puede provocar sentimientos desconocidos. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando los barrios se aburguesan o cuando los turistas dejan de llenar las calles.
El entorno o el paisaje cambian, dando a la ciudad una energía totalmente distinta.
"Pero en realidad ocurre cada vez que un barrio cambia tanto que deja de ser el lugar que uno entiende y valora", explica Paulsen. "Imagino que es lo que experimentaron los neoyorquinos durante la pandemia".
Cuando la gente se marchó y muchos de los lugares emblemáticos de la ciudad cerraron, fue innegablemente duro para los neoyorquinos experimentar lo que Paulsen llama una "dislocación simbólica".
Esto ocurre cuando la gente no puede utilizar o acceder a los lugares de la misma forma en que está acostumbrada a hacerlo. Alexis Woody, una profesional de las relaciones públicas que vivía en Nueva York durante los primeros días de la pandemia, dijo que las calles estaban inquietantemente silenciosas en ese momento, ya que los inquilinos se mudaban y el turismo disminuía. "Era descorazonador ver cómo se apagaba la ciudad", afirmó. "Me rompía el corazón pensar que algunos de mis locales favoritos no volverían a abrir sus puertas".
No es sólo Nueva York: de París a Atenas , pasando por Londres, muchos destinos populares han sufrido un fuerte descenso del turismo.
Cuando los residentes están acostumbrados a ver turistas haciendo fotos en sus playas o llenando las calles de Times Square, puede resultar chocante ver esos lugares vacíos.
Obsesión por la identidad
Tal vez la gente tenga un fuerte sentimiento de identidad con sus ciudades porque, en primer lugar, nuestra cultura está obsesionada con la identidad, argumenta Castro. "Hay mucho debate teórico sobre cómo la sociedad moderna se centra tanto en la identidad", explica. "Esa obsesión puede ser poco saludable".
Las redes sociales pueden ser útiles para las personas que luchan con una crisis de identidad después de una mudanza.
"Encontrar una forma de conectar con la ciudad que dejaste atrás es una buena manera de sobrellevarlo", dice Castro. Seguir cuentas de tu ciudad natal, barrio o ciudad puede recordarte esa parte de ti mismo, por ejemplo. También puede haber periódicos, blogs, comida o canciones que te transporten inmediatamente a ciertos lugares. Pueden hacerte sentir como en casa en tu nuevo hogar.
Pero sobre todo, se necesita tiempo. Tanto si te enfrentas a una gran mudanza como si te acostumbras a los cambios de tu ciudad actual, es natural sentir un poco de crisis de identidad.
A fin de cuentas, lleva tiempo acostumbrarse a perder el apego a tu lugar, sea donde sea y haya cambiado como haya cambiado.
La gente a menudo se siente superior a las ciudades, pueblos o barrios en los que vive porque estos lugares se convierten en una extensión integral de sí mismos.
Como cualquier tipo de apego, la vinculación con el lugar donde se vive puede resultar perjudicial.
Pero el apego a un lugar no es más que una conexión emocional que creamos con la geografía que nos rodea. "Siempre nos identificaremos con los lugares que nos hicieron", afirma Castro. "Llevamos el hogar con nosotros allá donde vamos. Forma parte de lo que somos".
Kristin Wong es escritora y periodista independiente afincada en Los Ángeles. Puedes encontrarla en Twitter.
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Fuente: edition.cnn.com